domingo, 31 de enero de 2010

La ventana



Siempre, a media noche, te echo de menos.
Mi cama me habla de tu ausencia cuando vuelvo de mis agitados sueños y mis manos no te tocan, mi piel no te roza, ni huelo tu pelo junto a mí.
Abro entonces los ojos y confirmo que tu lado de la cama está vacío.
Desperezándome, me apoyo en tu lado de la almohada que guarda la forma de tu cabeza. Cierro los ojos y aspiro suavemente tu olor que me llega a pesar de que no estás. Huele a tu cabello y a tu piel limpia. Es un olor suave y algo dulzón por el jabón que usas.
Permanezco unos instantes medio adormilado disfrutando de tu aroma. Las sábanas aún están calientes.
Sé dónde encontrarte.
Como todas las noches.
Me levanto de la cama y voy al salón.
Allí estás.
Con tus piernas apoyadas en la ventana. Semidesnuda.
Hoy no te quiero molestar y me siento en el sofá.
Justo detrás, me quedo mirándote.
Tu pelo alborotado cae sobre tus hombros. Es castaño, y tu piel morena resalta aún más en contraste con la negra noche que se ve por la ventana.
Tienes los brazos cruzados sobre tus pechos desnudos y tus pies, sobre el marco de la ventana que permanece abierta.
Sólo te mueves para respirar.
Así todas las noches.
Todas...
Hay algo en ti "salvaje", que ni entiendo ni puedo dominar. Uso esa palabra, porque cuando te veo así, eres tan libre y diferente a este mundo, que es como si no pertenecieras a él.
Eres tan diferente al resto... y sin embargo encajo tan bien contigo.
Permanezco en silencio respirando suavemente yo también, intentando comprender qué te atrae cada noche a hacer lo mismo.
¿Eres feliz conmigo?, ¿Quieres volver a huir?, ¿Anhelas algo que no te doy? Muchas preguntas que rondan mi cabeza.
Tantos miedos, resumidos en uno.
Perderte.
No quiero que pase, que te vayas y me dejes como estaba. Porque ya nada es igual desde que te conocí.
Me acerco a ti con los ojos húmedos. No te mueves.
Me agacho levemente y te abrazo por detrás. Siento tu piel caliente y la tersura de tus pechos. Te beso en el cuello, abriéndome paso por tus cabellos.
- Te quiero -.
Sin contestarme, giras levemente la cabeza y me besas en la mejilla con tus labios entreabiertos.
Tus manos se posan sobre las mías que te abrazan.
Miro lo que tú miras, deseando ver lo que tú ves. Escudriñando la oscuridad en busca de tu secreto.
Pero no logro ver nada. Siempre lo mismo. Sólo oscuridad y estrellas.
- Tengo miedo de no verte un día en esta ventana. De levantarme y que no estés. -Te abrazo aún más fuerte -. De ser yo quien se quede mirando ese vacío... buscándote en alguna parte de esa oscuridad.
Aprietas mis manos con las tuyas.
- Me gusta estar aquí, en silencio- Me dices -. Me gusta sentir la brisa en mi piel. Me gusta sentir como te mueves en la cama y como todas las noches me vienes a buscar.
Apoyas tu cabeza en la mía.
- Yo también tengo miedo que un día no lo hagas. Venir a por mí, cogerme de la mano y llevarme a la cama, y después hacerme el amor como tú solo me lo has hecho.
Las lágrimas se agolpan en mis ojos luchando por salir.
- Ese vacío negro, me recuerda quién era, y me gusta mirarlo a los ojos y desafiarlo, porque sé que tarde o temprano me vienes a rescatar y me llevas contigo. - Giras tu cabeza y me miras. Tus ojos también están bañados en lágrimas. - Yo también tengo miedo de que todo esto no sea real.
Me miras con tus bellos ojos y veo como tu barbilla empieza a temblar amenazando tu inminente lloro.
- Llévame a la cama y hazme el amor.- Me dices.
Te levanto de la silla en brazos, y así acurrucada en ellos, te llevo como una niña pequeña hasta el dormitorio.
Te dejo sobre las sábanas y entonces haciendo un gesto de silencio con mi dedo en mis labios, me voy al salón rápidamente y cierro la ventana.
Cerrándola a nuestros miedos.

Vuelvo a nuestra cama y te amo esta noche sin soltar tus manos...

Hasta que el nuevo día, nos sorprende abrazados y dormidos.

jueves, 28 de enero de 2010

This is love




Hoy, a esta hora y en este momento
cierro los ojos y paro mi corazón.
Mañana cuando la alarma me despierte
lo volveré a colocar en su sitio
y le daré cuerda.
Haré, como que todo sigue igual.
Pondré mi máscara con mi mejor sonrisa
Y...
seguiré viviendo.
Como si todo...
todo
estuviese igual.

domingo, 17 de enero de 2010

Como cada día



Como cada día, a la misma hora, e invariablemente, ella pasó.

Llevaba un abrigo negro y una bufanda del mismo color. El pelo recogido y su mochila con los libros.
Se acercó al verme al quiosco y me saludó con su sonrisa radiante. Me preguntó qué tal andaba la mañana y me compró unos chicles.
A veces lo hacía, era la excusa para hablar un poco conmigo.

Yo deseaba esos momentos más que el aire que respiraba. Después del momento de verla, el día ya no tenía sentido. Bueno, miento... contaba cada hora y minuto para volver a verla al día siguiente.
Odiaba los fines de semana cuando ella no tenía clases y la espera hasta el lunes era insoportable.

A veces seguía una colección, y yo se la tenía preparaba cada mañana, o iba después de comer al almacén, para tener la excusa al día siguiente de hacerle un gesto con la mano para que se acercara.
Su gesto de alegría y sorpresa cuando le entregaba tan pronto el libro que había pedido... me alimentaba. No puedo definirlo de otra forma. Me llenaba de tal forma que todo me sobraba ya ese día.
Algunas veces, cuando tuvimos la suficiente confianza, le regalaba unos libros. Le mentía diciéndole que ya no los podía devolver, y que como sabía que a ella le gustaba leer, pues se los había apartado.
Estudiaba periodismo, y tenía dos años menos que yo. Poco a poco a medida que nos conocíamos nos íbamos contando cosas el uno del otro. De nuestras aficiones, gustos, etc. Y está mal decirlo... pero encajaba como un guante conmigo.
Creo que me enamoré de ella desde el primer día que la vi. Sólo suplicaba cada día que esa sensación no se desvaneciera al hablar con ella día a día.

Y cada vez nos fuimos haciendo más y más amigos. A veces me preocupaba eso. Que la cosa quedase en una buena amistad. Porque no era lo que yo deseaba, pero bueno, no podía hacer otra cosa.

Y todos los días...

Como cada día, a la misma hora, e invariablemente cuando pasaba, mi vida se iba con ella.

La miraba y nos saludábamos con la mano a veces como dos tontos, exagerando el gesto y nos reíamos. No podía apartar la vista de ella hasta que desaparecía por el fondo de la plaza.
Quería poder amarla. Que me permitiera hacerlo. Abrazarla, mirarla a sus bellos ojos y besarla. Rozar su piel con mis labios, oler su perfume, tocar su pelo, cuidarla, protegerla, acompañarla cada día en su caminar. Invitarla a cenar, a algún sitio romántico con unas velas, dar un paseo por las calles bebiéndonos el aliento el uno del otro.
Quería pasar mi vida con ella.

Quería amarla... Poder amarla.


Como cada día, a la misma hora y variablemente, ella pasó cogida de la mano de él.


Y no creí morir.



Simplemente ese día mi vida acabó.

domingo, 3 de enero de 2010

Nostalgia







La madera del suelo crujía con mis pasos.
Todo estaba en completo silencio en la casa vacía, sólo roto por mi caminar.
Los muebles estaban tapados con sábanas blancas, y las cosas que no, acumulaban una buena capa de polvo.
Andaba por las habitaciones lentamente. Recreándome en mi soledad, en lo que veía, en ese quejido al soportar mi peso.
Bajé al piso de abajo por las escaleras de madera y llegué al salón. Comunicaba con la cocina que estaba justo al lado por un marco sin puerta.
Me quedé mirando el papel de las paredes. Ese papel que había visto miles de veces cuando visitaba la casa de mi abuela. Parecía tan eterno como ella.
Aunque ahora... ella no estaba, pero ahí seguía él. Con los pájaros picoteando los enormes racimos de uvas.
Por la ventana se filtraba la luz del sol atardeciendo. Como si éste quisiera contribuir a darle color a esos mismos racimos, bañándolos con su luz amarillenta.
Al lado en la cocina, el mueble con las grandes cajoneras que tanto le gustaba a ella.
Tazas, platos, cubiertos, vasos... Podías encontrar en ellos lo previsible e impensable.
Me encantaba de pequeño abrir esos enormes cajones y ver lo que había dentro.
Lo mismo había fotos, que antiguas tazas de latón, enchufes, tornillos, vasos de cristal inmaculados.
Era como una pequeña sorpresa cada uno de ellos. Y lo bueno es que iban cambiando su contenido cada cierto tiempo.
Un trapo de pequeños cuadros rosas tapaba media ventana, dándole un color especial a la estancia.
Cerré los ojos y pude oler los pasteles, los asados, las magdalenas recién hechas en el horno por ella.
Y casi podía verme yo sentado en la mesa del salón, haciendo mis deberes y mirando por la ventana que ahora permanecía tapada con un trapo blanco.
Podía oler la rebeca que siempre la acompañaba mientras trapicheaba de un lado a otro. Ese olor a punto tan característico.

Abrí los ojos y pude ver la soledad aplastando aquella casa. El silencio cubriéndolo todo.
Mis ojos se humedecieron porque aquella casa estaba muriendo con ella. Con la ausencia de mi abuela.
Me acerqué a los cajones y los fui abriendo uno por uno.
Lentamente. Mirándolos por última vez.
En uno de abajo, encontré algo que me llamó la atención. Lo cogí y lo miré.
Era una pequeña ambulancia blanca, con su cruz roja en un costado.
Sus colores eran apagados y tenía muchos rasguños en ella, pero mis recuerdos eran vívidos de las veces que había jugado con ella.
Sorteando las migajas caídas sobre la mesa por las magdalenas acompañadas de chocolate que mi abuela me daba para merendar.
Me la metí en el bolsillo de mi pantalón con el puño apretado sin poder soltarla.

La cocina ahora olía a humedad y polvo y no a repostería.
Volví al salón con los ojos bañados en lágrimas ahogándome los recuerdos que me inundaban la cabeza.
Con dolor en los dedos de tanto apretar la pequeña ambulancia de lata... me volí para mirar por última vez aquella estancia.
Tantas horas pasadas allí, tantas vivencias, tantos olores, sensaciones... Todas estaban impregnadas entre esas paredes, como impregnaban las de mi cabeza.
Cerré los ojos húmedos y en mi mente todo volvió a ser como fué. Con la luz del verano bañándolo todo, mi abuela canturreando copla mientras partía un buen trozo de chocolate para dármelo. Y yo... sentado, mirándola, mientras hacía sumas y restas en mi cuaderno.


Volví a abrir los ojos y la realidad me asfixió.

Sin volver a mirar, salí cerrando la puerta a mi vida pasada, a mis recuerdos...

Para que no se esfumasen los que aún conservaba, apreté aún más mis dedos en torno a aquella ambulancia...

Como si así no pudiesen escapar.

viernes, 1 de enero de 2010

¡Por qué!



Y para el primer día del año... una pregunta. ¡Empezamos bien!, jajaja.

Enigma siempre está ahí, siempre. No os lo puedo explicar, pero es una música intemporal. Especialmente en los malos momentos.
Suelo escuchar de todo. Siempre digo, que mas que de cantantes soy de canciones. Pero por supuesto tengo unos grupos fieles.
Pero Enigma es algo especial. Jamás me canso de escucharlo, y sobre todo en esos momentos. Es como si me "hablara".
No tienes que saber qué dice en sus letras, sólo cerrar los ojos y oirlas. Es como que te llegara a rincones de tu mente que otra música no alcanza siquiera a rozar.

Esta misma cancíon la he oído mucha veces caminando por las calles de Granada sumido en mis pensamientos.
Me encanta perderme por sus calles y andar. Y desde que le metí musica al móvil me pasa eso. Que llego a canciones que invariablemente al acabarlas las vuelvo a poner.
Y esta es una de ellas.

Me gustaría compartirla con vosotros.

¿Por qué diablos hay tantas preguntas?.... por qué. Por qué tantas preguntas sin respuestas.





ESTOY PREGUNTANDO POR QUÉ
ESTOY PREGUNTANDO POR QUÉ
NADIE ME DA UNA RESPUESTA
SOLO ESTOY PREGUNTANDO POR QUÉ