martes, 31 de mayo de 2011

Campo de amapolas







Cuando la vista ya está cansada de tierra árida, cuando los sentidos permanecen adormecidos por el largo viaje, cuando el cuerpo más que vivir, "permanece"... Apareció ante mis ojos.

Las montañas hasta entonces escarpadas y sin gracia de pronto eran suaves laderas que parecían onduladas caprichosamente por el viento.
El sol las barría creando luces y sombras y hasta los chaparros parecían adaptarse y agacharse para no sobresalir excesivamente de la línea del horizonte.

La voz femenina del GPS, de vez en cuando cantaba alguna dirección, pero ya no la escuchaba.
Mis ojos permanecían fijos en esas lomas plagadas de puntitos rojos.
Eran amapolas y sin poder evitarlo sonreí.
En lo alto de la montaña había muchas más, y el coche al ir siguiendo la carretera en sus subidas y bajadas hacía que estas al verse desde distintas perspectivas, hiciesen que la loma a veces pareciera completamente roja, y otras plagada de puntitos rojos, como si tuviese la varicela.

Reconozco que saqué la mano como en aquel famoso anuncio y volé por encima de ellas sintiendo el viento en mi piel y venciendo su resistencia.

Me acordé de mi cámara, cómo me hubiera gustado poder tener tiempo, parar el coche, bajarme y hacer mil fotos a aquellos colores y a aquellas nubes blancas.
Pero como siempre perseguimos el tiempo y mas que vivir, corremos en busca de más horas que nos da el día.
Así que me limité a mirar aquellos colores y decirme algún día... algún día...


Y entonces... Me acordé de ti, porque lo veían mis ojos... pero me hubiera gustado que lo vieran a través de los tuyos.
Y sin pensarlo escribí un mensaje.

Después mi mano, continuó surcando el viento.

*(Historia real... Como la vida misma)