jueves, 16 de junio de 2011

Noche de opera



Mientras su voz suena... Te miro de reojo.

Porque a pesar de verte constantemente cuando te veo, o cuando cierro mis ojos, o cuando sueño, o cuando te anhelo... No me canso de mirarte.
Lo hago muchas veces cuando tú no lo sabes, como en esta ocasión.
Mirando la línea de tu pelo, el perfil de tus hermosos labios, o tus pequeños dedos entrelazados entre mis grandes y abruptas manos.
Mirando tus pestañas o la piel de tus mejillas.
A veces, aprieto tu mano para cerciorarme de que estás ahí, o para demostrarte que estoy aquí.
El público guarda un respetuoso silencio y sólo se oye de vez en cuando alguien tosiendo que rompe la magnífica interpretación.
Alguien cambia de posición y la butaca cruje casi imperceptiblemente.
La tenue luz nos envuelve junto con la música y a pesar de estar la sala llena, sólo estamos tú y yo.
Cuando salgamos, pasearemos por el Carmen de los Mártires bajo la luz de la luna viendo a Granada ante nosotros. En silencio... Sólo roto de vez en cuando por algún furtivo beso.
El cantante canta a una bella e inmensa luna:

Fluid, lágrimas mías, brotad de vuestras fuentes.
Exiliado para siempre, lloro mi pérdida.
Allí donde el pájaro negro de la noche canta su dulce infamia,
allí podré vivir yo, triste y abandonado.

Cesad luces vanas, no brilléis más.
Ninguna noche es lo bastante negra para aquellos
que desesperados añoran sus pasadas fortunas.
La luz sólo descubre la vergüenza.

Mis penas nunca serán calmadas
porque la piedad se fue.
Y lloros, suspiros y gemidos.
Mis cansados días han quedado privados de toda alegría.

Después de la más alta vuelta de felicidad
Mi fortuna ha sido precipitada
y miedo, dolor y pena son mi única esperanza
porque esperanza ya no hay

Escuchad, sombras, pueblo de tinieblas,
aprendez a despreciar la luz
Felices felices quienes en los infiernos
no sufren los ultrajes de este mundo


Me miras durante un segundo con tus ojos húmedos y yo sin decir nada sonrío.
Me acerco a ti... Y te beso suavemente apretando tu labio superior al retirarme.
Te miro tus ojos caoba.
- Hola.
Sonríes.
- Hola.
-¿Te hace luego un paseo a la luz de la luna?
La anciana se volvió haciendo un gesto de silencio, llevándose un dedo a los labios.
Me puse colorado mientras tú aguantabas la risa.
Me apretaste la mano.
Era un sí.

Mi dedo de la mano, no paraba de acariciar tu piel, cuando sentí tu cabeza contra la mía... Y el tiempo... continuó como hasta ahora.

Muy lentamente.