miércoles, 28 de octubre de 2009

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Hoy guardo doble silencio.
Sí, es uno de esos días que no quiero decir nada.


Ni sé quién es, y sí, parece que esté borracha, pero realmente casi me salta las lágrimas porque parece que a ella le pase lo mismo.






Y de este hombre... casi ni digo nada. Ya lo dije en su momento, casi duele.


sábado, 24 de octubre de 2009

Días



Hay días...
días sin horas.
Y horas sin minutos

Hay pensamientos vacios
miradas perdidas
y lamentos prohibidos

Hay días...
que no tienen segundos
y no tienen fin

Hay tardes negras
hojas que caen
y esperanzas marchitas

Hay días muertos
días sin vida
donde impera la nada

Hay días no nacidos
"Y la muerte no tendrá señorio"
dijo Dylan Thomas


Sin embargo reina,
dueña y señora
rige mi vida.

Hay días...
día sin horas
horas sin vida
y vida sin días.

sábado, 17 de octubre de 2009

El banco en la playa








- No vas a venir mas, ¿verdad?
El viento hacía que las olas lanzaran mil trazos de espuma en el rompiente. También jugaba caprichosamente con mi pelo alborotándolo y tapándome la cara.
El pasaba las páginas del libro nervioso sin mirarme.
Lo había conocido hacía tres meses. Casualmente, de la manera más tonta e inesperada.
Yo venía todos las tardes a sentarme en el mismo banco a leer. Y un día él estaba sentado en mi sitio. Bueno, no esque fuese mío, pero como si lo fuera.
Cuando me vío se apartó a un lado y así fue como empezó todo. Porque empezamos una conversación trivial, que seguimos hasta horas depués.
Y el día a día, se convirtión en rutina, y la rutina en costumbre.
Y pasábamos las horas de la tarde hablando de todo y de nada. Viendo su mentón, y sus ojos verdes que me traspasaban. Sintiendo sus manos cuando por alguna razón nos tocábamos.
A veces él se quedaba mirando la puesta de sol, y yo le mentía al sol y no lo miraba, porque le miraba a él. Miraba su pecho respirar, la línea de su rostro, su pelo moverse, las arrugas de sus ojos al entornarlos.
Le amaba, lo sabía. Pero no le decía nada. No era capaz. No quería asustarle, pero realmente cada vez más necesitaba de él. Y creo afirmar que "necesitar" era la palabra. Porque mi propio cuerpo se había acostumbrado a él. Mis propios pensamientos, mi propia alma. Su inteligencia me fascinaba pero sobre todo su sencillez. El no darle importancia a nada y sin embargo convertir cada pequeña o minúscula palabra dicha por él en algo mágico.

El permanecía en silencio arrugando el libro.
- Llevas días raro sin apenas hablar y me daba miedo preguntarte, pero tu silencio ya lo dice todo.
Ella guardó sus lágrimas. Apretó su mandíbula y miró el disco rojo que inundaba con su color todo el horizonte.
Las nubes bajas, impregnadas también del ocaso, manchaban el cielo azul oscuro de nubes de algodon rojizo.
- No sé qué es lo que callas, pero supongo que es evidente.
Sus labios temblaban y sus pupilas se contraían por el hiriente sol, y al aguantar las lágrimas.
- ¡Vete!
El suspiró como queriendo hablar, pero agachó aún más la cabeza.
- Que te vayas te digo.
El se levantó y dejó el libro sobre el banco.
- No lo quiero llevátelo. No quiero recordar esto.
El me miró con sus ojos verdes. Se frotaba las manos. Parecía angustiado.
- Quiero que lo leas-. Me dijo, y dando media vuelta se fué.
Yo miré al libro. El viento movía la portada levantándola.
Las lágrimas ya pedían a gritos salir y me costaba muchísimo contenerlas.
Cogí el libro y lo miré.
Se titulaba "Una mirada".
Lo abrí y me encontré con que la primera página estaba escrita.
Rápidamente leí.

"No se hablar, ni explicar lo que siento. Sólo sé que te siento dentro de mí. Que Tú, ya eres parte de mí como nadie lo ha sido en todo el tiempo que he vivido. Que mi vida se reduce a cada hora que paso contigo, porque cuando me levanto de este banco siento que la dejo aquí contigo. Dime loco, necio, iluso, llámame como quieras, pero te Amo. Amo cada parte de tu ser, y el sólo hecho de pensar en perderte me hace enloquecer. La mera idea de verte con otro me enferma de celos. Quiero ser tuyo y que tú seas mía. Ya te dije que no sé explicarlo. Sólo sé decirte... TE QUIERO."

Ella rompió a llorar y se levantó del banco.
Estaba justo detrás de ella. Y allí había permanecido mientras ella lo leía.
El rodeó el banco y abrazándola la besó.

- Nunca des nada por hecho ni por perdido -.Dijo él.
- Como me vuelvas a hacer algo así te arranco la cabeza -.Dijo ella

Y el sol cubrió sus risas con sus últimos hilos de cobre.

domingo, 11 de octubre de 2009

El gato




Para Yo, aquí la tienes.


Soy un gato.
Y está mal que yo lo diga. Pero soy un gato grande y guapo
Tengo el pelo blanco y dos manchas me cruzan la cara. Parecen un antifaz y por eso me llaman “Bandolero”.
Sé muy bien mi papel en la casa y comportarme dependiendo de con quién. Por ejemplo ahora voy andando mientras me estiro hacia el padre. Me frotaré con sus pies y sé de sobra que él me empujará. Pero es lo que tengo que hacer. ¿Por qué, diréis? Pues porque es lo que hay. No puedo dejar de hacerlo porque entonces se sentiría “aislado”. Y eso no es bueno con el padre de familia. Hacedme caso que yo sé mucho de esto.
Así que ahí voy, me acerco lantemente hasta que me rozo con sus pies como si quisiese arrascarme.
¿Veis?, no falla. Lanzo un maullido, no muy alto eso sí, y corro un poco.
- ¡Bandolero, quién le hace daño a mi niño! -. Sólo tengo que mirar a la madre un segundo fijamente con ojos de pena… ¿Veis?, así. Me lamo el costado y le maullo y salto al lado de ella. Ummm me encanta cuando me rascan la cabeza. Es un placer que no os podría describir.
- ¿El papi te ha hecho daño?, luego le pegaré yo, pobrecito mio. -Acerca su boca y me besa en la cabeza. Yo le respondo con un maullido y ronroneando.
El rie con una vocecilla imitándola y dice ... Me vas a pegar tú luego umm jajaja-. Os lo dije, es parte del juego.

Me quedo un poco al lado de ella dejando que me acaricie por el cuerpo mientras ronroneo profundamente. Esto no lo hago por ella, si no por puro placer egoista.
Al rato salto del sofá y me dirijo al cuarto de ella.
Está durmiendo. Duerme casi tanto como yo. Y eso ya es mucho.
Me subo en su cama y la observo. Tiene una expresión de paz en su rostro, y respira suavemente. Su pelo largo y negro como la noche le cae por su cabeza. A veces me gusta lamerlo, (por supuesto ella no lo sabe), pero tiene un olor especial, como ella. A veces me quedo dormido a su lado, simplemente mirándo como duerme. Me tumbo a su lado y la cuido.
¿Por qué os reís?, claro que hay peligros. Una vez una arañita andaba por la almohada, y yo me encargué de ella. No os voy a decir lo que le hice... los humanos sois muy susceptibles, pero ya sabéis que a los gatos nos gusta jugar... Os lo dejo a vuestra imaginación.
Siempre estoy alerta. Bueno a veces me "relajo", y me quedo dormido yo tambien arropado por su pelo. Ella huele muy bien, y me transmite esa paz que tiene al dormir. ¿Que si se despierta? Nunca. Eso es lo bueno.
Yo sé que no le gusto, se pone nerviosa al verme. Pero a mí eso me dá igual. Yo sigo protegiéndola y vigilando su sueño. Tengo que seguir haciendo mi papel de animal independiente y caprichoso, porque es mi naturaleza. Pero ella no sabe que paso las horas muertas junto a ella. Tampoco me importa que no lo sepa. No busco una recompensa.
Me quedo mirándola fijamente a la cara, está un poco agitada. Quizás tenga un mal sueño. Es guapa desde el punto de vista que un humano lo es para un gato. No os lo trataré de explicar. Hay cosas que son, y son porque sí.
Sé lo que tengo que hacer, y lo hago. Empiezo a ronronear suavemente mientras entrecierro los ojos.
A los pocos minutos ella deja de quejarse y respira otra vez suavemente.
Giro mi oreja porque he oído algo en los tejados.
Me pongo de pié y mirándola de nuevo me voy ágilmente hacia la terraza.
Salto a la maceta y de ahí al pequeño tejado.
Estoy en forma, os lo dije. ¿Ah, no lo dije?, bueno, pues ya me habéis visto.
Me subo y alzo mi cabeza mirando en la lejanía.
Es ella. Esa gata persa me tiene loco. Es preciosa. Y sabéis, yo creo que me busca.
¡Ay!, esa gatita me tiene el corazón acelerado.
Giro mi oreja y escucho su respiracion dentro del dormitorio. Es tranquila. No pasará nada porque me dé un paseillo.
Me desperezo y me lamo las patas arreglándome el pelo de la cabeza con ellas húmedas.
Allí voy gatita, me estás buscando, y me vas a encontrar.

Sí, soy un Gato.
Gracias por visitarme,pasaros cuando queráis. Pero no hagáis ruido.
No la despertéis.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Los imanes










"El silencio rompe mi olvido
y abrazada a tus besos
bebo largos tragos
de tus leves gemidos"

Ana jugaba con los imanes del frigorifo. Eran decenas y decenas de letras y le gustaba formar palabras con ellas. Cada día las cambiaba y formaba frases nuevas.

"Me muero cuando te vas porque no me llevas contigo"

Sonrió y siguió jugando.

"Si me amas no me lo digas jamás, no dejes de demostrármelo"

"Si me vas a dejar, deja primero a la otra y vente conmigo"

La sonrisa de Ana era cada vez mas abierta.

"Te daría mi vida, si no me hiciera falta para amarte"

Fué formando la siguiente frase...

"No te puedo olvidar, porque me robaste la memoria"

Su sonrisa se hizo más amarga. Apoyó su cabeza contra el frío metal.
Buscó las llaves en su bolsillo.

Sus manos se movieron rápidas.

"El amor no acaba.... simplemente no comienza"

Sacó las llaves y con una media sonrisa cerró la puerta de la calle.

Se le ocurrió una ultima frase mientras arrancaba el coche.

"Que te den gilipollas".

Arrancó riendo y pensando que tendría que comprar letras para su nuevo frigorífico.

jueves, 1 de octubre de 2009

El fin de mi vida


“No me gustan los hospitales ni los médicos. Me siento como un pelele o un muñeco de trapo en sus manos yendo y viniendo a su voluntad. Es como si me despojasen de mi propio ser y de mi entidad y pasase a ser sólo un cuerpo enfermo. Mañana … mañana me sentiré así. Y lo odio”



Sus labios comenzaron a temblar.
El cirujano se quitó su estúpido gorro multicolor en un gesto abatido. Sus ojos eran un poema. Cabizbajo salió de la habitación diciendo algo que ella no alcanzó a comprender.

Su corazón parecía haberse detenido, porque no lo sentía. Era como si de pronto la hubiesen metido en una burbuja de cristal aislada de todas las sensaciones del mundo exterior. Como si la hubiesen recubierto de algodón blandito que le impidiese tener contacto físico y sensorial con todo. La megafonía le llegaba lejana, a cientos de kilómetros.
Ella seguía mirando la puerta. La miraba sin verla. La miraba como queriendo que aquel estúpido volviese a entrar con su maldito gorro de color gritando que todo había sido una broma y lanzándole un serpentín hacia su cara perpleja.
Sus labios temblaban ya perceptiblemente y era como si un peso enorme le aprisionara el pecho. Su boca estaba completamente seca, absolutamente privada de la más mínima humedad. Su lengua parecía un trozo de carne muerta y enorme que le molestase incluso para respirar. Su pecho se empecinaba en bajar y subir rapidísimamente aunque apenas cogiese aire en cada inspiración. Su vista parecía haber formado un túnel con la punta de ese tubo en la puerta blanca. Cada vez su visión se hacía más y más negra y el tubo más pequeñito.
Sin ni siquiera darse cuenta de que estaba a punto de sufrir un desmayo, dio unos pasos hacia atrás y dejó caer el cuerpo en la silla. La misma silla que aún guardaba su calor. El calor de la hora que llevaba allí esperando noticias. El calor de la vida…
Su pecho seguía su carrera desesperada por coger aire, y su boca se abría también en un vano intento de coger oxígeno y evitar el desmayo.
No podía ser. No podía ser, era imposible. Ayer durmió con él. Abrazada a su cuerpo desnudo. Sintiendo su calor. Sintiendo como sus brazos rodeaban su pecho y como en una suave marea, seguían el ritmo de su respiración hasta quedar ella misma dormida. Oliéndolo, sintiéndolo.
Y por la mañana se había despedido de él besando sus labios. Sintiendo el olor de su colonia que le acompañó hasta que llegó hasta el coche. Sintiéndose feliz cuando los rayos calentaban su rostro, y al llevarse la mano a la cara… Volvió a olerlo.
Cientos, cientos de recuerdos se le agolpaban en la mente. Su sonrisa, sus oyuelos al sonreír. La fuerza de sus brazos cuando la levantaba a peso por el aire. Sus ojos profundos que le sonreían a veces y la amaban otras. Su mirada penetrante y seria cuando hacía el amor con ella. Pensó en la casa, en sus cosas personales, su portátil, su consola, su maquinilla de afeitar, su ropa, su gel de baño.
Pensó en su cuerpo inerte y privado de vida; Frío sobre una camilla de hospital. Ese cuerpo que ella amaba, roto, desprovisto de vida. Ya no podría apoyar ella su cabeza sobre el pecho de él cuando se durmiese, ya no vería erizarse su vello cuando ella lo acariciara, cuando le soplara en la nuca.
¿Y por qué no podía llorar?, a pesar de todo lo que estaba sintiendo, ¿porqué?
Su boca se abría intentándolo y su garganta empezó a lanzar pequeños estertores como si quisiese gritar y le fuese imposible.
Se agachó sobre sí misma y al presionar su pecho con las rodillas el aire por fin salió de su boca y gritó. Gritó como jamás lo había hecho. Vaciándose de su propia vida martirizada por sus propios recuerdos.
Y así permaneció un rato gritando hasta que su propia voz se fue extinguiendo. Como sus propias ganas de vivir.
Cuando fue consciente de dónde estaba y qué había pasado… buscó su bolso y cogió el móvil. Estaba apagado porque se había quedado sin batería en el trabajo. La había avisado allí su suegra que no podía ir, porque estaba en otra ciudad.
Rápidamente cogió el cargador que llevaba para casos de emergencia y buscó un enchufe para cargar el móvil y llamarla.
Seguro que le entrarían varias llamadas de ella. ¿Cómo se lo iba a decir, cómo?
¿Qué hacía él a esas horas fuera del trabajo, qué hacía conduciendo?
Enchufó el cargador y encendió el móvil marcando el pin.
Esperó unos segundos que buscase red.
Pitó. Había entrado un sms.
Lo abrió y quedó paralizada. Era de él. Decía.

“Hoy salgo antes, yo te recojo mi niña. Nos vamos a cenar y luego a casita… jeje. Te querré hasta el fin de mis días”.

Y entonces si pudo llorar.