
-No mata por placer, ¿entiende?, si lo hace es por pura necesidad.- Su rostro marcaba bien la angustia de sus palabras.- Quiero decir que no siente placer al hacerlo. Si tiene que matar no le temblará el pulso, pero no es algo que busque para satisfacerse.
El policía la miraba con gesto de preocupación asintiendo de vez en cuando y anotando cosas en una pequeña libreta.
-¡Nada!- Dijo buscando los ojos del policía al hablar.- ¡Nada, escúcheme bien! Nada ni nadie podría impedir que me encuentre. Usted no lo conoce.
El policía guardó su libreta en su bolsillo.
- No se preocupe, nadie sabe que usted está aqui. El la buscaría en cualquier sitio antes que aquí. De hecho hemos mentido a todo el mundo para equivocarle.
Ella meneaba la cabeza rápidamente como si quisiera comprobar si estaba bien pegada a su cuerpo.
- Le digo que no lo entiende... -Miró al policía que se levantaba ya colocando la silla junto a la mesa. - No tienen ni idea. Nada le puede detener, ¿me oye?
¿Sabe porqué estaba en la cárcel, sabe lo que le hizo a aquel tipo cuando se enteró que me había pegado?, ¿cree que le importo las consecuencias, o que unas cuantas mentiras le van a desviar de mí?
El policía parecía hacer oídos sordos a lo que ella angustiada le intentaba explicar.
- Ya le digo que jamás se podría imaginar que usted está aquí. Quédese tranquila. Hay un coche camuflado en la puerta y dos hombres vigilando las veinticuatro horas.
Daremos con él inmediatamente. Sus abuelos se recuperan bien, y todo esto acabará pronto.
Ella guardó silencio. Era inútil. completamente inútil hablar con ellos.
El policía la saludó con la mirada y se dirigió hacia la puerta. Se ajustó el cinturón y la abrió.
Quedó quieto, inmóvil.
Ella le miró extrañada. Parecía haberse quedado pegado al suelo, rígido... de pié contra el marco de la puerta.
Entonces movió rápidamente su mano hacia su arma y se oyó un trueno.
Cayó hacia atrás entrando en la habitación con un fuerte impulso y cayó de espaldas inmóvil.
Su arma no llegó a desenfundarse.
Ella permaneció quieta. Rígida con las dos manos en la mesa y el rostro blanco.
Entonces se oyeron unos pasos.
Y al poco una sombra se proyectó sobre la puerta. En un parpadeo esa sombra tomó cuerpo.
Llevaba un sucio trapo negro en su mano con el cual se secaba el sudor del cuello.
Una pistola descansaba en su cinturon, metida por los pantalones.
Sus fríos ojos le miraban a través de las sucias gafas del cristal.
Entonces sonrió.
- Hola.- Dijo. -Me ha costado encontrarte.
Silencio.
- ¿Estás bien?